Él

Tenía una mirada tristemente hermosa, formada por dos grandes ojos repletos de luz de luna, en ellos albergaba una asombrosa melancolía que le daba un resplandor especial a su tan agradable sonrisa. Para las treinta primaveras cálidas y los treinta fríos inviernos que cargaba sobre su espalda, seguía siendo un niño cuando se trataba del amor, hacia berrinches y pucheros al ritmo de sus emociones cuando no se salía con la suya. Yo me enamoré primero de su mirada después de su sonrisa y en menos de medio minuto del conjunto de emociones que formaban su corazón. Imposible no enamorarse de un hombre así, como él: caballeroso, rebelde, romantico, atrevido, carismático y más berrinchudo que un bebé cuando se trata de amar. Nunca creí en el famoso hilo rojo del destino que une almas gemelas destinadas a compartir una con otra lo maravilloso del amor, hasta que él vino a mi vida una tarde de to...